Seremos en definitiva nosotros, los cómplices anónimos de nuestra época? Con esa pregunta, se inició la reunión a la que mensual y des – estructuradamente nos convocamos aquellos que hacemos de la complejidad, nuestra comunión con la vida.
Fue justamente mi colega y amigo Sergio Krupatini, quien me indicó la acritud de algunas de mis reflexiones sobre las realidades sociales contemporáneas. No lo hizo en tono de crítica, sino como una auto – reflexión sobre la actitud de quienes hurgamos en los vericuetos de la vida, intentando descubrir pasadizos secretos que nos aporten claridad a nuestro camino.
Esos pasajes que nos permiten, como a la Alicia en el País de las Maravillas de
Lewis Carroll, intentar ver que hay detrás del espejo que nos proyecta y por que no, cruzarlo para entender como nos ven a nosotros mismos, tomando el sistema como un todo. Porque nos hemos apercibido que estamos siendo invadidos por información Muchos consultores han devenido en atribuirse facultades de anticipación, de pre-ver situaciones, pero alejándose del mundanal ruido y obviamente sin ser parte del escenario. Parecen ser espectadores de una representación de la vida, que se sienten capaces de alertar sobre los futuros actos a desarrollarse, pero sin inmiscuirse en la trayectoria de los personajes. No se suben a escena. Error. Dionisio, nos cuenta la mitología, advirtió la realidad de su entorno cuando descubrió el espejo que no solamente lo reflejaba a él mismo sino también a quienes lo rodeaban. Y allí se fraccionó en el todo y pudo ver lo que era. Tan absorto estaba con su imagen bastarda en el espejo, que «los titanes [enviados por Zeus] lo despedazan con infernales cuchillos de sacrificio». Al decir de Nietzsche, los griegos lograron a través de lo mítico, la diurna vigilia de un pueblo excitado que logra el milagro que opera de continuo, más parecido al sueño que a la vigilia del pensador científicamente desilusionado. En el sueño está la ilusión de lo perfecto y por eso el vivir con humanos que pueden hablar con dioses, ninfas que interactúan con árboles o raptar doncellas, logra la trama esencial para comprender la verdad. Es por esa razón que no deseamos quedarnos con la imagen de nuestra sociedad reflejada en el espejo, porque de esta forma nos quedamos solamente con el símbolo. Éste es solo la relación especular entre contrarios, como expresaba Aristófanes. Por eso si conocemos la verdad no tenemos otra alternativa que atravesar el espejo y acusar la verdad. Porque de otra manera, podemos llegar a sucumbir antes los titanes, nosotros también, mirando absortos la realidad que pasa delante nuestro. Si callamos, también mentimos. Y la mentira se ha adueñado del territorio Tierra. Y como la información se esparce, reproduce y comunica como las bacterias – según nos explica Eshel Ben Jacob de la Universidad de Tel Aviv – los engaños circulan a mayor velocidad que las verdades y alimentan un circuito perverso de pseudo realidades. El hombre sabe que existe el fraude, pero no obstante cae en la tentación de probar las tretas del engaño. Como el animal sabe que las trampas están tendidas, pero su apetito, su ambición y su lucha por la subsistencia lo conducen a equivocarse y aceptar el engaño. En todo sentido. Sentirnos despojados de nuestras ilusiones, defraudados en nuestras convicciones, desviados en nuestras expectativas es ser objeto del engaño. Decía Stefan Zweig que «la mentira extiende descaradamente sus alas y la verdad ha sido proscripta; las cloacas están abiertas y los hombres respiran su pestilencia como un perfume». Y esto fue muy poco después de su viaje a Argentina, pero poco antes que en 1942 se suicidara pensando que la pesadilla nazi podría convertirse en la política planetaria. Zweig acusó con su propio suicidio. La máscara burlesca con que se oculta la verdad, permite disfrazar bajo un espeso manto de excusas las verdaderas causas de nuestras decepciones, y al mismo tiempo entrar en el territorio de la mentira, en cuyo laberinto no encontramos la puerta de salida. Detrás de cada fraude tributario hay un contador público. Y yo acuso. Oculto bajo un guardapolvo blanco, detrás de un aborto hay un médico. Y yo acuso. En cada fraude corporativo, hay abogados escondidos tras montañas de papeles. Y yo acuso. Tras una ilusión ciudadana perdida, detrás de un despacho hay un político oculto. Y yo acuso Escondido bajo una toga, tras un delincuente en libertad, hay un juez que se disfraza. Y yo acuso. Detrás de un enfermo mental que se suicida, hay un psiquiatra que hace silencio. Y yo acuso. Un economista laureado en el exterior, se esconde silencioso tras cada plan económico que fracasa. Y yo acuso. Una tribu de asesores letrados e iletrados, se ocultan en una tienda tras cada fraude financiero que ataca a la comunidad. Y yo acuso. Pero peor aun, detrás de cada contador público, abogado, médico o licenciado hay una sociedad que ha pagado para que sean lo que son. Y además le ha dictado reglas a través de sus parlamentos para que ejerzan su profesión. Y si todo ello fuera poco, también ha creado los organismos públicos para control de su ejercicio. Y detrás de esas universidades, de esos parlamentarios que aprobaron las leyes, de esos agentes públicos que controlan y de la organización montada para implementarlo, quedan los ciudadanos, como asociados inertes de este complot de engaños y fraudes. Y yo acuso. Se ha instalado la mentira. Elaboración por cierto compleja, mucho más que lo que es la verdad. Ataca la capacidad superior cortical del individuo que deja de actuar con facilidad para entregarse a interpretar los vicios de «Fraus». Esta deidad, sirvienta del dios Mercurio, mecenas del comercio, de las transacciones y también de los ladrones, era quien llevaba a cabo los arteros engaños y las malas artes. Y esa «Fraus», hija de Nix [la noche] y Erebos [la oscuridad], genera y da nacimiento al concepto del «fraude». Ángel mitológico de los griegos [los daimones] fue nacida en Grecia – como Apate – de la caja de Pandora, mítico ánfora desde el que todos los males posibles se esparcían a la humanidad. Y como todo es complejo, el ser humano vive en su ilusión de verdades adquiridas, contra las que no podemos ni debemos ocultarnos ni callarnos. Decía Nietzsche que «las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo Somos parte integrante de una sociedad gregaria, que vive en comunidad, esto es compartiendo valores, obligaciones y derechos. El engaño destruye a la comunidad, porque socava las bases de su funcionamiento y quienes nos sentimos consultores de individuos u organizaciones no podemos ni debemos encerrar nuestra percepción de la realidad dentro de nuestro yo personal. Es la obligación moral de viviendo en sociedad, hablar alto y fuerte, de todo lo que advertimos y lo que deseamos ver cambiado. Es por esa simple razón que en mis reflexiones, frente a inconsistencias a la © Alfredo Spilzinger
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Yo acuso
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