Como todos los «–ismos» que deambulan frecuentemente en nuestro vocabulario diario, el clientelismo se ha posicionado en los contextos políticos con igual o mayor fuerza que en el escenario corporativo.
Capitalismo, socialismo, comunismo, egoísmo, radicalismo, progresismo, corporativismo, marxismo, partidismo, vanguardismo, futurismo. Y así podríamos continuar construyendo largos caminos de -ismos con las que poder alfombrar nuestros discursos. Es que nos sentimos cómodos cuando colgamos un nuevo marbete en los envases de nuestro razonamiento embotellado que se acumula en las bodegas de nuestras bibliotecas.
El tema no transcurre por encontrar una respuesta a una hipótesis, sino en darle un nombre. Es un hijo que engendramos que mientras es nonato, hasta que no nace, carece de identidad. Porque no tiene nombre. Cuando le bautizamos ya tiene personalidad y ubicación en el mundo de los seres vivos. Nadie sabe que pasará con ese individuo, si
finalizará con un premio Nobel o arrestado por homicidio calificado. Pero tiene identidad porque posee nombre.
Y el hombre descree de lo desconocido. De lo que no tiene nombre. De allí que al crear un
emprendimiento, una de las primeras preocupaciones, es cómo habrá de llamarse
ese negocio / producto / servicio. Es para poseer su identidad.
Esto es para definir la filosofía que esa creación tiene solamente consigo misma. Porque en realidad los individuos o los grupos que estos individuos formalizan, son solamente idénticos a sí mismos.
De allí que poseen identidad. Y esa identidad tiene nombre. Y por el nombre son reconocidos. Y entonces cuando apareció la necesidad de referirse a una relación «patrón – cliente» se la llamó «clientelismo».
El sufijo « –ismo» sirve para finalizar vocablos que se refieran a
- doctrinas,
[socialismo, comunismo, capitalismo] - sistemas,
[parlamentarismo, sindicalismo, presidencialismo] - escuelas,
[vanguardismo, modernismo, cubismo] - movimientos,
[nacionalismo, europeismo] - actitudes
[egoísmo, altruismo] - actividades. [alpinismo, catequismo]
Por ello estaríamos en nuestro propio caso respecto en la definición de clientelismo, como la aplicación de un sistema para interactuar con los clientes.
Pero la gerenciación de emprendimientos, que mucho tiene que ver con clientes, fue abandonando en un desván el uso del sistema de clientelismo, y se la prestó – casi
definitivamente – a la política. Y así fue como de un concepto claro de funcionalidad económica, transcurrimos a otro que se vincula a la organización de los mandos políticos con sus potenciales clientes.
Aún dentro de ese mismo esquema de relación patrón – cliente comenzaron a generarse técnicas de atracción de voluntades o de decisiones. Lo que cambió fue la identidad y los
atributos de los protagonistas, pero no su nombre.
Estamos frente a un claro ejemplo de lo que se conoce como la paradoja de Teseo. Si en el
decurso del tiempo cambiamos todas las partes componentes de algo original, ese algo sigue siendo – y llamándose – lo mismo? Si cambiamos a los interlocutores del clientelismo, no deberíamos hablar de otra cosa entonces?
Incluso, su nivel de aprecio y calificación dentro del imaginario colectivo, también cambió. Dejó de ser un sistema para mejorar la relación con un cliente, para convertirse con un efecto despectivo a un sistema de compra de voluntades por parte de los patrones
[los gobernantes] a sus clientes [los votantes] a través del otorgamiento de dispensas o favores especiales, que siempre suelen cuantificarse mediante unidades dinerarias.
Y esto fue lamentable en todo sentido: En primer término porque el vocablo perdió una
excelente idea intrínseca que consistía en implementar un modelo de mercadeo inteligente. Y en segundo lugar porque las organizaciones políticas se apropiaron de un concepto que casi todos los gobiernos aplican, no obstante su muy mala imagen adquirida.
Nos preguntamos definitivamente, que significa ser cliente. En pocas palabras define a quien utiliza con cierta asiduidad los servicios / productos de otro que satisface sus
necesidades de subsistencia. Su raíz latina «clueo» nos despeja la bruma que aun queda flotando en la oscuridad de su concepto. Significa «el que escucha». A quien? A su
prestador de servicios o a su proveedor de bienes.
Y ese que escucha, decían los latinos, eran lo que se sienten llamados por su nombre, que son seguidores al llamador, estimados por y retenidos junto a otro. Son los que por tener identidad, responden por tener nombre y escuchan lo que se les dice con estima. Aun más, siguen a esos otros que les hablan y se retienen en sus escenarios de prestación
o provisión de bienes o servicios.
Es en ese lugar donde el clientelismo actúa para adecuar la oferta a las necesidades de la «otredad». Y en ese escenario, donde es necesario crear un espacio perceptual para que la interacción clientelista genere reacciones positivas. Por que?
Simplemente, como escribiera Ludwig Wittgenstein en 1921 [en su obra Tractatus
logico-philosophicus ] porque el espacio no existe sino como una totalidad de
las interrelaciones existentes. Esto significa que sin esas interacciones, el continente – el mercado por ejemplo – no se exhibe al significante. Es un espacio vacío. Y si es vacío
no es visible, sino a través de sus contenidos.
Ese espacio perceptual – el que el cliente percibe a través de sus propios sentidos – queda definido por los siguientes componentes condicionantes:
- Resulta de la acción «instruida» de los sentidos para receptar las interacciones del cliente con el servicio / producto ofrecido. Es un
procedimiento instruido porque ha aprendido a escuchar, conceptualizar y luego decidir. - El receptor es un ente fijo respecto de los elementos que percibe. Se sitúa en medio de una serie de ofertas a las que analiza a través de la interacción
con sus proveedores. «Escucha» las ofertas. - El cliente no percibe al mercado, porque es espacio vacío, sino a las interacciones que se producen en ese espacio, a las que capta en un sentido global y holístico
- Reduce el conjunto global de ofertas que le son sugeridas, que llegan a él con un
perfil caótico, a una expresión omnicomprensiva de una serie de ofertas complejas perceptibles. Ha logrado transferir sus escuchas de un
estado caótico a uno más ordenado, el sistema complejo, que es donde puede llegar a decidir. Es un agente de los sistemas complejos que ha logrado percibir la imagen de la oferta de bienes / servicios y las posibilidades de satisfacer con ella sus necesidades.
Lo que resulta fundamental para tener en cuenta, es que los espacios en tiempos de Newton, eran fijos, definitivos e inmutables. A partir de los espacios einstenianos y luego los cuánticos, éstos son ambiguos, mutantes y de fase y en consecuencia las reacciones de
sus actores son complejas, emergentes y adaptativas.
Esto explica la flexibilidad que deben tener en cuenta quienes se arriesgan hoy a ingresar con sus bienes / servicios a las necesidades de los demandantes. Nada es
definitivo. No hay discriminación entre blanco o negro sino una coexistencia de blanco y negro.
No existe la diferenciación entre bueno o malo sino una vida conjunta y contemporánea de lo bueno y lo malo.
Este proceso de interacción entre patrón – cliente [quien habla y quien escucha] estudiado en Santa Fe Associates para su adaptación a los entes corporativos, posee
características diferenciales muy especiales, que de no respetarse, generan un
fracaso generalizado:
- Es un proceso holístico, donde la decisión es por la percepción del todo universal que llega a todos los sentidos del cliente
- Es global, porque las comunicaciones permiten hoy analizar proyectivamente las
ofertas de bienes o servicios que se dan en cada rincón del mundo - Deben ser flexibles para adaptarse a las necesidades también cambiantes de los
clientes que mutan permanentemente - Es grupal porque no se trata de responder a requerimientos de uno con ofertas de
otro, sino a demandas grupales que deben ser satisfechas por todo el oferente,
tomado éste como organización y no como persona. Dicho en otros términos, vende toda una empresa y no solamente el vendedor. - Finalmente la oferta debe ser transferible de un cliente, a todos aquellos que configuran una demanda similar. La transferencia de vivencias hoy es una de las experiencias más ricas que se dan en el espacio mercado, gracias a la interactividad asombrosa que generan las comunicaciones en base digital.
Definitivamente el «clientelismo» [tomado fuera del contexto político al que estamos acostumbrados practicarlo] requiere un acercamiento a este espacio perceptual, en el que todos los detalles, las formas, los sonidos, los colores y las palabras completan
un perfil en el imaginario público que arriba al cerebro del cliente en forma holística.
Pierde su desmembramiento original y las partes se involucran en un todo. Lo que Max Wertheimer llamó la «Psicología de la Gestalt». El cerebro del cliente, generado a través de una serie infinita de evoluciones generacionales, recupera en la complejidad de cada individuo el reconocimiento de todos los datos recibidos y al convertirlos en información [completando y cerrando los círculos abiertos] genera conocimiento. Con él, es que toma sus decisiones.
De allí que intentar formalizar un clientelismo sobre bases de engaños de los patrones hacia sus clientes no puede resultar una misión de éxito. El cerebro del cliente ha aprendido y está preparado para escuchar y para enmarcar desde su receptividad, toda la información. Desde allí solo queda decidir.
Todo ser vivo, tiene por herencia y adaptación al medio, un modelo mental que le permite combinar todos los elementos que le llegan diseminados, fragmentados y no cerrados, Ese
modelo le permite transformar esa información en un escenario entendible para él.
Esa es la base en la que se asienta un clientelismo inteligente.
Y volviendo al clientelismo político que mencionábamos al inicio, que bueno sería que los políticos también entendieran este proceso, no?
© Alfredo Spilzinger