Gran parte del fragmentario tiempo terráqueo que nos toca transcurrir, lo pasamos los humanos, eligiendo. Hacemos «elecciones», que son al mismo tiempo «lecciones».
Por cierto, con la misma raíz latina [ lego que significa yo leo, yo reúno, yo interpreto y decido] elecciones y lecciones construyen un concepto muy semejante. Son ambos sustantivos femeninos con el mismo origen.
Diríamos que podríamos asumir que hacemos «e ● lecciones». Porque una lección, es simplemente un período estructurado de tiempo en cuyo decurso una lectura y su interpretación se entiende que ocurrirán.
Y una elección es la misma lectura experimentada, pero expresada en un sentido activo. Respecto de diversas lecturas que se le ofrecen para elegir.
A su vez, las elecciones, obviamente dejan lecciones, esto es, una nueva lectura.
En vida del imperio romano, Marco Porcio Catón – apodado El Censor – hacia el año 120 antes de la era común, impuso en el senado la vigencia de la «lectio senatūs» por la que se
leían en alta voz los nombres de los senadores, eligiendo los de aquellos indignos que por esa razón merecían ser eliminados del cuerpo. [«infamis atque invidiosa senatus lectio» ]. Se hacía la lección y la elección. Todo ello es parte de lo que conocemos hoy como la
teoría de las decisiones.
Decidir, que es cortar, resolver, separar, hacer elección, después de la lección. Es decir hacer e ● lección.
A la actividad del físico y filósofo francés Blaise Pascal se remontan a mediados del siglo XVII las primeras reflexiones sobre esta teoría de las decisiones. No obstante haber vivido solo hasta los 39 años, dejó Pascal los fundamentos de lo que toda organización creada por el ser vivo debe implementar: decisiones, e ● lecciones.
Lecciones que se relacionan con la desproporción del ser humano, que es inmensamente
grande respecto de lo microscópico y al mismo tiempo infinitamente pequeño respecto de lo macroscópico; a la dispersión del pensamiento humano, que debe afrontar situaciones que van desde la miseria hasta la muerte y/o la decisión sobre creer en Dios o no. [Y me
refiero a la apuesta de Pascal, en la que expresa que la elección de creer en Dios, es una cuestión de azar, porque « La razón es que, aún cuando la probabilidad de la existencia de Dios fuera extremadamente pequeña, tal pequeñez sería compensada por la gran ganancia que se obtendría, o sea, la gloria eterna»Paris, 1670]
Dicho simplemente la lección de Pascal es que «estimemos estos dos casos: si usted gana, usted gana todo; si usted pierde, usted no pierde nada. Apueste usted que Él existe, sin titubear» a partir de allí podemos hacer una elección, que es cortar con las incógnitas de lo que es impredecible. Esto es decidir.
He aquí el problema. La impredecibilidad de las acciones del todo que nos rodea y nuestras reacciones a esos hechos, que a su vez retroalimentan una nueva serie de acontecimientos. Una corporación, una fundación, una sociedad citadina o un
gobierno deben efectuar elecciones en ese contexto, donde el posible valor de las
respuestas es infinito.
Ingresamos en un escenario en el que la denominada «esperanza matemática», como razón de las probabilidades teóricas comienza a dominar la estrategia que se elija. Esa esperanza [Ε (X) ] nace al mundo con el físico y matemático holandés Daniel Bernoulli en 1738 con su famosa paradoja de San Petersburgo, que hoy mencionamos al pasar, pero sobre la que en algún otro momento volveremos.
Pero no han quedado en mitad del siglo XVIII las investigaciones sobre las decisiones. Su teoría ha recorrido un largo camino hasta este siglo presente, dando hasta un premio Nobel en Economía en 2002, en la persona del psicólogo israelí Daniel Kahneman. Bajo su liderazgo se analizaron los fundamentos de la psicología del juicio que genera una toma de decisiones y la final elección respecto de las variables en oferta.
El ser vivo efectúa elecciones en función de una psicología hedonista que no es otro tema que la investigación de lo que es placentero o causa displacer para cada ser vivo. Y en función de ese placer es que decide, evaluando sus propios sentimientos de interés, de placer o de aburrimiento, de alegría o de pena, y de satisfacción o insatisfacción. Todo ello en un marco conceptual que devuelve a cada humano, la imagen de la infinita levedad del ser, según Milan Kundera.
Para acercarnos aún más a los días en los que vivimos, el psicólogo norteamericano Barry Schwartz editó en 2004 un libro de amplia repercusión en los medios intelectuales. Sobre
la cuesión de las decisiones y lo tituló «The paradox of Choice» [La paradoja de
la elección].
Fundamentalmente, él parte del dogma oficial de las organizaciones occidentales, en las que el principio del máximo bienestar es equivalente al de máxima libertad, la que a su vez es exponente de la máxima oportunidad de elección cada ser vivo tenga. Pero esto no es cierto, finaliza Schwartz y reafirmamos nosotros.
Y efectivamente en los escenarios en los que hoy transitamos nuestra alocada carrera por la vida, mucho no es mejor. Es bueno tener más de una opción para elegir, pero tener muchas opciones – siempre y cuando podamos definir cuánto es mucho – no es signo de libertad.
Tener una sola opción, es signo de monopolio. Pero el acceder a un volumen desproporcionado de ofertas del mismo estilo es dañino para la decisión de elegir. Resulta en un maltrato a la personalidad del significante que debe invertir más esfuerzos en el acto de decisión.
«Life is a matter of Choice», [la vida finalmente es un tema de decisiones] expresa Schwartz. Y esa e ● lección , termina con una decisión que es reflejo de una lección
[lectura previa] de las opciones y una acción consecuente.
Si un demandante debe hacer una elección de un buen vino para consumir, hoy en la Argentina con 973 bodegas registradas, y cada una con varias etiquetas para ofrecer, aun
segmentando por precio, su decisión es compleja. La lección de la oferta y la posterior elección, es altamente más traumática que si sólo existieran 5 bodegas oferentes.
En otro escenario, la selección de un profesional para su desempeño en una organización, resulta una elección poco fructífera si solo existiere un postulante válido para la posición. La decisión no será excelente, sino simplemente ajustada a las necesidades del momento. De haber una terna de aspirantes sería una elección más positiva para la organización. Pero si existieran 500 profesionales valuados con condiciones para ingresar, el sistema entraría en un área caótica.
Y así sucede en todas las decisiones que afectan a todas las organizaciones del ser vivo. Corporaciones, fundaciones sin fines de lucro o gobiernos nacionales. Mucha oferta no es nunca sinónimo de libertad de elección.
La respuesta a la pregunta sobre porqué tener más es decidir menos, tiene variados
fundamentos. Se ha comprobado que demasiada información puede producir estados
depresivos en los receptores de ella por el sentimiento de pérdida de oportunidades que se producen por abandonar opciones.
El sentimiento de libertad de elección entonces se complica por un sentimiento de infelicidad. El economista Albert Hirschmann dedicó su vida al análisis de los problemas de la retórica de la reacción y reafirma estos conceptos.
Pero nosotros iremos más allá. Hay un sustento físico en este tema. Los seres vivos somos energía que interactuamos con otros seres vivos. Esa interacción es transmisión de información, que en última instancia no es sino transmisión de energía también.
La transmisión de energía genera calor en su conducción, y por ello cuando la información que se recibe en un momento y sobre un mismo tema es elevada, se incrementa la generación de calor. Es un tema de entropía.
Los actuales principios de superconductividad, se relacionan con conductores de energía que ofrecen poca resistencia a su pasaje, porque actúan en medios de baja temperatura. Esto, conocido como el efecto Meissner, nos habilita a pensar que la generación de altas temperaturas en la transmisión de información, hace que se dificulte su conductividad.
Dicho en otros términos, el ser vivo se atormenta con mucha información incompleta y caótica que le llega desde el exterior y por ello su decisión es confusa.
Llega al ser vivo, un alienante paquete de información:
Será entonces necesario que la libertad se exprese a través de menor cantidad de ofertas en todos los órdenes de la vida, para hacer una buena e ● lección?
Todo diría que sí.
© Alfredo Spilzinger