Transcurría 1952 y la película cuyo nombre coincide con el del epígrafe de esta nota, se convertía en un clásico del cine político en Argentina. Y como su protagonista, Santos Peralta, que veía descender las aguas del Río Paraná con restos de una sociedad en destrucción, los azorados ciudadanos del mundo de hoy, flotan a la deriva de las aguas turbulentas del tsunami financiero que vivimos.
Efectivamente, la marejada financiera ha inundado el escenario del mundo y aun se
desconocen sus efectos totales. Quedan todavía superficies bajo el agua, y solo se avizora en la superficie barro y restos de corporaciones que una vez vivieron.
El paralelismo de imágenes entre lo que se ha vivido recientemente en Fukushima y lo que se viene desarrollando en las plazas financieras del hemisferio norte – económico valga la distinción – no son casuales. Los estragos son similares. Y sus efectos están aun por adivinarse.
Hasta los orígenes coinciden. Los tsunamis se producen como consecuencia del movimiento de las placas tectónicas submarinas de la esfera terrestre. Las eclosiones financieras que hicieron su aparición el 8 de octubre de 2008, lo fueron por los desequilibrios de las bases financieras sobre las que se asienta el poder económico.
Todo comenzó – por así decirlo – con la aparición de burbujas de crecimiento inexplicable en el escenario inmobiliario. Esas burbujas implosionaron y muchos creyeron que el resto de las variables de la ecuación económica quedaban inmutables. Pero inmediatamente esas masas de agua dieron su furia contra los bancos que le sirvieron de instrumentos. Y como quien no quiere la cosa, tuvieron que comenzar a clarificar algunas operaciones que contaban con mayor densidad que la necesaria. Por esa razón se iban al fondo del océano que estaba embravecido.
Y hubo que salir a salvarlos. [Todavía no sabemos bien por qué]
Los bancos a su vez, descargaron su furia contra las empresas, contra sus empleados y como corresponde contra el consumo. Las corporaciones, muchas de ellas, lejos de la
imagen sacrosanta de un monje de clausura, descubrieron las llagas en su cuerpo que hasta ese momento tenían vestidas.
Y para completar la fotografía, los gobiernos de los países de ese hemisferio norte, tuvieron problemas. Los que apagaron el incendio de las instituciones financieras, por la masa de agua que arrojaron al escenario. Los otros, porque tuvieron que descubrir
que se habían pronunciado algunas «verdades a medias» respecto de ciertas cifras de su evolución financiera. Por cierto, los máximos de endeudamiento que el acuerdo de Maastricht – fundador de la zona euro – les permitía, habían sido despreciados, o en el mejor de los casos olvidado.
Y tal como sucede con las ondas de un tsunami, la energía que despliegan contra la costa, es siempre mucho mayor que la que poseen en alta mar. Por cierto que los muros
contra los que chocan en la costa, les hace producir una explosión de magnitud inconcebible.
Y en este caso, las masas financieras que se desplazan, que vienen arrastrando una energía importante, chocan contra las estructuras organizacionales, con un ruido muy sonoro. y el efecto es más que dramático.
Como si este desastre fuera poco, a su vez, quienes tienen la responsabilidad de adoptar remedios – esto es los líderes de los países involucrados – proponen respuestas mecánicas de hidrodinámica. Piensan como si esto fuese una simple prueba de agua en movimiento dentro de una pileta. Pero no advierten que es un sistema vivo, emergente e impredecible que requiere de respuestas complejas.
La energía que se desplaza en estos movimientos responde al principio einsteniano de E = m . c ² .
La masa, en este caso es igual al total de los documentos financieros arrojados al mar del escenario económico. Y la velocidad de difusión de la luz es constante [299.792.458
m/s]. Esto significa que si no se toma el tema con rapidez, corremos el norme riesgo de vernos sepultados por las aguas.
Cuanto mayor es el frente organizacional contra el que se sacuden las olas, mayor es el daño que los seres vivos afrontan. Es por eso que estos tsunamis financieros son cada vez más dolorosos.
No me diréis que no es fácil. Quizás sea un poco complicado obtener cifras acertadas para cada variable, pero no dejarán de coincidir conmigo que el concepto no es totalmente cristalino.
Cristalino como un vaso. Que se rompe.
Y ahora que las aguas comienzan a bajar, como en la obra de Alfredo Varela, bajan turbias. Porque descienden con los desechos orgánicos de las gentes que solo han atinado a retirar sus pertenencias de sus lugares de trabajo, a abandonar sus burbujas
inmobiliarias, y a envolver las pocas cosas que le quedan , con los títulos – acciones de las empresas y los gobiernos soberanos que adquirieron en los mercados de valores.
Por una simple cuestión de lógica, en la superficie del agua quedan flotando los temas de menor densidad, [los seres vivos]. Los temas más densos [corrupciones, quiebras, desfalcos, default, traiciones, guerras, poder, petróleo, armas] se hunden en las profundidades insondables de esas corrientes. Y nunca más los encontraremos.
Solo queda al descubierto lo que flota en la superficie. Seres animados en búsqueda del modelo perdido. A la pesca de un nuevo trabajo. A reencontrar una nueva vivienda. A recomenzar una vida nueva.
Que resistirá hasta el próximo tsunami. Porque como los que ocurren en las aguas procelosas de los océanos, son idénticos a los que se sufren en los escenarios económicos. Porque las respuestas de los gobiernos, son herramientas mecánicas para resolver problemas complejos.
Es como querer resolver un problema cardíaco con una tenaza, o mejorar un dolor de cabeza con un martillo.
Sólo para mencionar una opción sobre medidas que se han adoptado, mencionemos las reformas constitucionales que proponen en algunos países para incorporar una cláusula que obligue a mantener un balance presupuestario. Esto es como querer incorporar una cláusula al contrato matrimonial, estableciendo la obligación de no endeudarse. De aplicarse esto estrictamente no comprarán su casa, ni un automóvil ni siquiera podrán
optar por una cirugía cuyo costo se difiera en el tiempo. Algo ridículo no?
Si los estadistas no son capaces de comprender que deben ser cautos con sus manejos financieros, es que un artículo perdido de su constitución les ayudará a serlo?
De esta forma, las aguas que bajan del tsunami, dejan al descubierto las fallas estructurales del modelo. Y una pléyade de jóvenes en Libia, Israel o Chile, abandonan la placided del conformismo y asaltan las calles de las ciudades clamando por libertad, igualdad y fraternidad.
Todas las llagas de una sociedad desbalanceada, quedan desnudas y a la vista. Y el dolor se hace grito callejero. Y el grito en barbarie. El agua que trajo el tsunami ha descascarado la superficie de una sociedad que se mantenía falsamente erguida y ha mostrado las fallas de sus cimientos.
Lo que no han comprendido quienes toman decisiones, es que el modelo el que ha sucumbido bajo los temblores de un capitalismo extremo. Es preciso cambiar el modelo, porque de lo contrario, el próximo tsunami – que es seguro que vendrá – será aun peor que éste. El escenario actual de países altamente endeudados, corporaciones corruptas, y ciudadanos también, es un serio indicio que no estamos equivocados.
Porque la co ● rrupción, es como el tango. Se baila solo en pareja. Para un funcionario corrupto es preciso la asistencia de un ciudadano corrupto, para un ejecutivo desleal hace falta un proveedor desleal, para una defraudación corporativa hacen falta calificadores de riesgo, auditores, abogados y consultores defraudadores.
Si el modelo actual permite su existencia, entonces admitamos que las aguas, siguen bajando turbias.
[Extracto del libro «A la búsqueda del modelo perdido» de próxima aparición]
© Alfredo Spilzinger