José Hernández Ferrer tuvo la oportunidad de graduarse como contador público en la Universidad Jaume I en Castellón de la Plana, ciudad universitaria, si las hay, a solo unos pocos 72 kilómetros de Valencia. La mediterránea ciudad que fuera parte del califato
de Córdoba y que gracias al empuje de su emir Abd Allah al-Balansi, allá por el
siglo VIII de la era común que le dio autonomía y progreso, heredó de él mismo,
su nombre. Balansi, Balansiya, y finalmente Valencia.
Nuestro personaje esperaba este momento crucial en su vida para comenzar a emprender. A ser. A ejercer.
Los nuevos planes contables, las normas de exposición de estados financieros recientemente sancionadas por la Comunidad ocupaban las que debieron ser sus horas de sueño. Pero el avance de la profesión y los cambios producidos desde la crisis de octubre de 2008, abrieron grietas profundas en las fotografías financieras de las corporaciones.
No era suficiente con estudiar y recibirse. Era preciso saber. De lo contrario la oferta le empujaría fuera del espacio mercado y le advertiría sobre su incompetencia. Trabajó denodadamente y ahorró cuanto pudo para poder lograr el año pasado un curso de verano en la Florida International University [FIU] para lograr una diplomatura que lo diferenciase del resto de sus coterráneos.
Sacó fuerzas de su propia estirpe valenciana y regresó victorioso con un inglés a medias aprendido pero en total conversado, que le permitía afianzar sus dotes profesionales. Muchos esfuerzos y buena inversión, le dieron la base para ganar una posición envidiable en RTE, la radio televisión española, como nuevo controller financiero.
De allí a los proyectos de boda, sólo quedaron unos pocos pasos que se apresuró a desandar muy rápido. La vida le sonreía una vez más y mientras tanto José envolvía su vida diaria con las emociones de un triunfo merecido. Familias, amigos, parientes y hasta un compañero de habitación en la FIU, Giorgio Tomasi, – un siciliano extraordinariamente simpático, fueron los testigos vivientes de la nueva vida de José.
Y por fin empezó José a relajar su frenético andar compuesto de fervientes andanzas geográficas e intelectuales. Su enorme afecto por su ciudad valenciana, hacía que sus recorridas peripatéticas con su mujer fuesen siempre a recorrer las obras del Hemisferic del Palacio de las Artes y de las Ciencias, con las que Santiago Calatrava, el inmenso arquitecto valenciano ha adornado su ciudad.
Con quien siempre se mantenía en contacto es con Giorgio el siciliano compinche de aventuras, descendiente transversal del Conde de Lampedusa, autor del Gatopardo, el que
viviendo en Catania, también navegaba con sus sueños por el Mar Jónico, mientras gerenciaba la sucursal de un banco holandés interesado en financiar las posibilidades de comercio exterior de la isla triangular.
También Giorgio parecía haber alcanzado los laureles de la gloria terrena. También hacía asiento en su terruño natal, proyectando su vida en un mundo global, donde las comunicaciones, los transportes y la vida misma parecían deslizarse suavemente con el gusto de los limones con los que su tierra es tan pródiga. Esa Trinacría, nombre con que los griegos la llamaron por su forma triangular.
Nuestros dos personajes, cumplieron con la base de una cultura antropomórfica: construyeron un totem – su propia casa en la tierra de sus ancestros – siguieron los mitos – los cuentos e historias que marcaron su propia creencia – y oficiaron los ritos – esa repetición permanente y silenciosa que de acuerdo con la tradición ejecuta los mitos.
Ninguno de ambos tuvo participación política. Eso palabra aparecía solamente en los periódicos o en los noticiarios de televisión. No era parte de sus vidas. Nunca se estudió en las universidades.
Su vida paralela fue su profesión. Su objetivo compartido fue innovar en un mundo hipercompetitivo que les requería acción.
Pero la política, esa que desconocían, se inmiscuyó en sus vidas de cualquier forma. Sin quererlo. Sin desearlo. Sin soportarlo.
Todo comenzó una mañana que recibieron ambos un correo electrónico de otro camarada de curso estival en Miami, que les confesaba que partía de su patria. Era Tesmístocles Anacópulos, un profesional griego que siendo hombre de confianza del ministro de economía de Grecia, recibió la noticia, una aciaga mañana, de su desaparición de los registros de funcionarios del gobierno, envuelto en una neblina de incertidumbres,
malos presagios y amargos momentos.
Grecia se desmoronaba de sus cimientos financieros.
Ni posiciones gubernamentales ni espacios en ámbitos privados. Ni salario, ni futuro, ni siquiera un presente digno para afrontar. Los monumentos que piedra sobre piedra los griegos ancestrales construyeron durante siglos, se desplomaban sobre un presente lastimero.
Nadie suponía que todo el aparato secular de un gobierno teóricamente bien elegido por el pueblo, pudiera haber construido un pasado que generaba un presente endeudado y un futuro lastimero. Y cuando ese futuro, fue presente, el abismo emergió. Solo gritos, lamentos y manifestaciones tomaban el palco escénico como un drama griego. Lo malo es que esta vez no era en honor a Dionisio, dios del vino y de la alegría. Eran por Artemisa – señora de los Animales, la diosa helena de la caza, los animales salvajes, el terreno virgen, los nacimientos,de lo que no sabemos cómo viene.
Y Temístocles, ante ese laberinto de señales confusas, partía. Dejaba la tierra de sus pasados para tratar en enfrentar otro presente que fuese vivible y un futuro algo más prometedor en otras tierras lejanas.
Pero José no tuvo siquiera tiempo de reaccionar. Los bancos que financiaban el crecimiento de las industrias cerámicas de Valencia, eran intervenidos por su exposición demasiado descontrolada a una deuda griega. [Y también a otras, por que nó? Hoy todas las deudas «non sanctas» de los bancos acreedores, tiene sabor a griego, a «ouzo» a «raki» aunque solo sea agua potable…]. La industria cerámica cerraba posiciones, clausuraba nóminas y por cierto gastos prescindibles.
Porque así conviene. Porque de esta forma se justifica el robo tras los defaults… Se contrajo la actividad. Se incrementó la desocupación.
Y por cierto que la señal de televisión valenciana, también se vió deteriorada en sus presupuestos de publicidad y de allí a reducir su plantilla fue un solo camino. José se quedó sin más salida que comenzar a correr por las mañanas por el jardín del Turia
y agotar sus fuerzas hasta desvanecerse. Allí por donde alguna vez corría un río, el Turia, hoy solo hay plantas, parques y jardines. Ya no hay agua. Es como en los bancos donde no quedan más reservas. Quedan solo directorios.
Tampoco quedan posibilidades en ninguna de las actividades donde José puede participar. Colaborar. Trabajar. Enseñar.
Por su parte Giorgio se ha quedado sin banco. La entidad holandesa que gerenciaba en Catania ha sido absorbida [comprada, tomada, adquirida?] por falta de liquidez, en poder hoy de un banco alemán. Sus primeras resoluciones dieron por tierra las sucursales en el exterior.
Y con ello, una esperanza menos para el mezziogiorno italiano. No hay más opciones para la generación de Giorgio, que olvidar sus laureas académicas y con la mirada en el horizonte que el Jónico le dibuja, pensar qué hacer.
Y al grito de «Indígnense!!» que profiere Stephane Hessel a sus jóvenes 93 años, se encontrarán todos ellos, en plazas, calles y avenidas clamando por un modelo que la humanidad no ha sabido encontrar. En la Puerta del Sol, en plaza Tahrir, en Homs, en Wall Street, en Champs Elyseés o en Regent Street.
Mientras tanto, en las salas de acuerdo de las instituciones financieras se deciden los montos de indemnización para los directores obligados momentáneamente a abandonar el barco.
En los salones gubernamentales, los ministros europeos, descansan de sus discusiones sobre qué hacer – tema que les preocupa porque ignoran como enfrentar lo que hicieron – mientras lacayos les preparan pequeños almuerzos regados con champagne.
En los directorios de las corporaciones, se balancean los cuadros de ingresos con largas nóminas de futuros desocupados que algún responsable de recursos humanos deberá enfrentar para anunciarles su salida.
En América Latina, funcionarios ocupados en tareas menores, advierten displicentemente que la marea no habrá de llegar a estas costas. La culpa la pagarán los energúmenos del norte que no han sabido administrar. Porque nosotros sabemos.
Y de esta forma, habiendo arrancado todo lo que es vida dentro de los innumerables jóvenes que han confiado que les dejaríamos un mundo mejor, ellos se van quedando parados pero muertos.
El sistema complejo que es la vida, ha tomado un camino impredecible nuevamente. Ha pasado violentamente del orden al caos, sin aviso previo. El hielo hoy ha entrado en
ebullición y se dispersa en los cielorrasos en forma de burbujas de vapor, que se mezclan al caer con las lágrimas de las víctimas.
Por eso como escribiera el asturiano Alejandro Rodríguez Álvarez, más conocido por Alejandro Casona, también otro exiliado, esta vez en territorio argentino en 1949,
estos jóvenes, mueren de pié. Sin nada dentro de sí, sin futuro, pero de pié.
Como señal frente a los menos que nos gobiernan y nos administran, que los más, aunque sin perspectivas ni poder para oponerse, son monumentos a la indiferencia, al despilfarro y a la aventura de quienes quieren quedarse con todo, sin arriesgar nada.
Nota del autor: Los personajes son ficticios, pero cualquier nexo entre esta historia y la realidad es verdadera.
© Alfredo Spilzinger