La búsqueda de la verdad nos ha desvelado desde que el hombre, tal como lo conocemos hoy salió de las cuevas de Boblos en África del Sur y comenzó su camino europeo por la costa mediterránea. Fue solo a razón de un kilómetro por año. Pero en 150.000 años terráqueos lo ha llevado a poblar el planeta.
Y en ese camino comenzó la búsqueda de la verdad. Para que sea transmisible, creíble y aceptable para las generaciones por venir. Pero esa verdad que buscamos, es un realidad tan subjetiva que es imposible de objetivizar. Podemos coincidir mucho, pero disentimos en la mirada fina hacia un campo que se torno discutible.
André Maurois ensayó una sentencia que al estilo einsteiniano puede llegar a resumir toda esta entelequia sobre la verdad de la verdad: Sólo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa.
Por ello cuando los pueblos, las organizaciones, las asociaciones, tienen jerarquías [presidentes, ministros, directores, jefes] que deben transmitir a los ciudadanos, socios, o accionistas objetivos y procedimientos, estos resultan compelidos siempre a decir la verdad. Deben llevar a sus posibles mandantes una convicción certera, verdadera.
Actitud esencial si las hay. Fundamental cuando se requiere consenso. Estructuralmente importante cuando de ello surgen votos. Básicamente ética cuando está en juego una ciudadanía.
Pero cuál es la verdad? Estamos pidiendo que se expidan sobre una verdad en un campo sociológico, económico y psicológico donde la precisión no existe, y entonces parece esperar esa verdad como una audacia reduccionista. Las cifras, los proyectos, las palabras, las promesas en mundo altamente cambiante todo está abierto al debate y la interpretación.
Además, se debe mantener una concepción que la verdad de un dirigente sería más “su” verdad, que “la” verdad. Esto es, su manera de presentar las cosas como se le aparecen. Sigue siendo esencialmente contingente y su existencia absoluta es desconcertante.
En efecto, la democracia, [como forma de política en toda suerte de organizaciones sociales y económicas] la verdad se basa en un discurso que analiza las acciones del pasado para justificar las futuras.
En definitiva, un dirigente debe “vender” su discurso, y hay un viejo adagio en el sector mercantil que dice que ningún vendedor para tener éxito puede decir toda la verdad
Entonces no la esperemos. Pensemos en aquellos ruegos de algunos ciudadanos de : “queremos promesas no realidades”. El sufragante desea votar una promesa, porque sabe que no será una realidad y pretende aunque sea un instante de ilusión.
Y un puede ser realidad, porque el dirigente siempre será SU VERDAD, la que considera apta para que sea adquirida por sus subordinados o mandantes.
Los regímenes democráticos nos han traído esto de buscar consensos a través de discursos. Pero estos no contienen la realidad. En primer lugar porque cada individuo tiene su verdad, y en segundo lugar porque en un mundo que muta a diario no puede afirmarse que alguien es poseedor de una realidad que va a suceder. Salvo que quiera ocupar la silla de Dios.
Y en ese sentido acordamos con el doctor Betrand Accoyer exitoso otorrinolaringólogo francés puesto a político desde hace casi 20 años, que es necesario dirigirse a las comunidades [nacionales, estaduales o corporativas] con las medidas que no se van a llevar a cabo. Argumentando simplemente porque esas medidas podrían ser comparables a los causados por una guerra.
Recordemos a Hanna Arendt, cuando expresó: Nadie ha dudado jamás que la verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien, y nadie, por lo que yo sé, puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas Siempre se vio a la mentira como una herramienta necesaria y justificable no sólo para la actividad de los políticos y los demagogos sino también para la del hombre de Estado.
Sera verdad?
© Alfredo Spilzinger
Nos acompaña hoy una foto de la filósofa Anna Harendt