Cada vez que crisis se amontonan en el horizonte de la vida económica, surgen novedades dialécticas que intentan hacer olvidar el pasado y pensar en un futuro más venturoso. En otras palabras, se crean nuevas palabras. Nuevas sentencias para distraer la atención de quienes deambulamos por el camino de la vida, y prestar nuestras conciencias a algo nuevo que está por comenzar.
Hay antiguas sentencias urbanas, que dicen que cuando los gobiernos no pueden resolver alguna situación, normalmente se le cambia el nombre a ese problema. No importa si se resuelve, pero al menos se lo empieza a denominar de otra forma. Es algo nuevo. Algo que no tiene historia. Algo que tendrá una historia hasta que se le cambie nuevamente el nombre.
Lo mismo sucede en las organizaciones sociales y económicas. Cuando una entidad financiera quiebra y sus activos son adquiridos por otra entidad [con el visto bueno de los reguladores] también absorben su personal y sus reglas internas. Esto es, se borra la historia y el nombre, pero la operación continúa. En otro orden de ejemplos, cuando la reconocida firma profesional internacional Arthur Andersen debió autoliquidarse en sólo 90 días, a raíz de la estafa de Enron en 2002, los profesionales supérstites en todo el mundo, eligieron otra firma internacional donde ir a cobijarse, con sus clientes, sus manuales y sus operatorias.
Es decir, todo consistió en cambiar de nombre.
Justamente este último hecho, unido a la pronunciada escalada de fraudes corporativos que siguió a Enron [Worldcom, Parmalat, y similares] que dejó sin tapas de periódicos libres de denuncias diarias, se generó un nuevo concepto a ser aplicado: la responsabilidad social empresaria.
Responsabilidad es simplemente… el cargo u obligación moral que resulta para alguien del posible yerro en cosa o asunto determinado. Esto es que quien ahora enarbola la bandera de la responsabilidad es que antes [siglos, milenios] la tenían arriada. Actuaban sin responsabilidad.
Esto significa en lenguaje coloquial e informal, como expresar que no robaremos o estafaremos más y que custodiaremos debidamente los activos puestos a nuestro recaudo. Porque los que se adhieren a este neologismo sintáctico, están de pleno reconociendo que antes trabajaban irresponsablemente.
Por ello, los que hoy se abrazan al nombre de la RSE [como se la conoce por sus siglas], pueden sentir el alivio de un pasado sin historia y de un presente generoso en el que prometen actuar con responsabilidad.
Han endosado la culpa a la situación de crisis que se ha vivido. Es decir, han entendido que defraudar no es ilegítimo cuando las circunstancias los llevan a ello.
Por cierto para nada debe interpretarse que pienso que no se debe actuar responsablemente. No creo que exista otra forma. Pero sin enarbolar banderas de defensa, ni declamar principios de honestidad. Los responsables no caminan por la vida proclamando su responsabilidad.
Actuar responsablemente, es la base de las operaciones en el espacio mercado. Actuar de otra manera, es cambiar de jurisdicción: de la del código civil y comercial a la del código penal.
Pero me resulta muy inapropiado que hoy responsables e irresponsables se cobijen bajo una bandera de la RSE, para parecer ahora todos personajes responsables. Es decir que no hay más irresponsables?
Pero la compañía de servicios financieros Lehman Brothers hasta el 15 de septiembre de 2008, fecha en la que quebró, se adhería permanentemente a un código de conducta intransigente con procederes irregulares. Y quebró dejando a sus inversionistas con activos que solo equivalen a un 14% de sus acreencias. Gran parte de sus ejecutivos hoy trabajan en Barklays Bank que absorbió esos activos.
Las declaraciones finales de su director ejecutivo ante el congreso de los Estados Unidos fueron para firmar un nuevo pero último endoso: expresó que “la quiebra del banco fue ocasionada por la abrumadora cobertura de los medios, que agravó la falta de confianza de los inversionistas”
Que irresponsabilidad no?
© Alfredo Spilzinger