Señor Presidente de la República Argentina
Dr. Alberto Fernandez
Su despacho
Estimado Alberto
Seguiré hablándote como lo hice en mi escrito anterior y como lo hice desde nuestras primeras conversaciones, en 1991. Quizás sea esta mi última carta a ti, ya que como decía Gardel, “mi cuerpo enfermo no resiste más”. Enfermo de tristeza, de decepción, de desolación y de soledad.
Por eso hoy no deseo hablar a tu inteligencia, que la reconozco. Deseo hablar a tu conciencia, esa que genera amor, pasión, odio o sufrimiento. Ese sufrimiento que tenemos los 46 millones de argentinos, aun los que te han votado, por vivir sin brújula, sin un futuro concebible para el corto y mediano plazo, sin ánimos ya de seguir apostando por un sistema que nos permita vivir en paz y con algo de felicidad.
No es esta una adulación como la que escriben todos los que después esperan algo de ti, ni como una crítica de aquellos que la hacen simplemente para estar en la vereda de enfrente.
Por favor, toma estas líneas como una reflexión de alguien que ha desarrollado su vida útil desde el ¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos!, hasta el ¡Vamos por todo!
Gobiernos deleznables, como tú mismo los has calificado públicamente, y muchos de cuyos miembros hoy forman tus cuadros ejecutivos. Desde ministros que se ufanan de su pasión marxista-leninista, otros que quieren cambiar un homicidio de un fiscal de la República por un suicidio, otros que nos quieren convencer de que al Ministerio de Cultura le faltaba “amor”, u otro que descubre hoy que nuestro país tiene “tendencia inflacionaria”.
Estimado Alberto, es esta una de las últimas oportunidades que tenemos los argentinos de recomenzar una nueva historia. Por favor, comprende que tus colaboradores no pueden ser amigos, o compañeros políticos que con sus cargos están cobrando favores políticos, o catedráticos fracasados para otra tarea.
Hoy necesitas los cerebros más iluminados que, sin pertenencia política, te asistan a reformular una República que está siendo abandonada por los más jóvenes, en busca de posibilidades en otros países. Un ministro muy conocido me dijo una vez que los jubilados no le interesaban porque en definitiva se morirían. Es cierto, nos moriremos todos, como yo, que he dado todo lo que he podido con mi jubilación, y hoy puedo solamente comprar un kilo de carne por día. Pero yo moriré y a ningún ministro que asuma le importará mucho.
Pero a ti sí creo que te importan los ciudadanos. Porque, de otra forma, seremos dentro de poco como las Islas de Pascua, sin habitantes, solo con monumentos y sin siquiera una historia para contar.
Piensa que no existe una grieta en nuestro país. Por el contrario, somos una república totalmente agrietada, con millones de fisuras que atraviesan la sociedad. Desaparecieron las coincidencias, la fraternidad, el afecto entre nosotros. Vivimos pendientes de las noticias, para saber qué medidas cambian y cómo podemos adaptarnos a cada nueva situación. Y eso es defraudante.
No sé si esta carta llegará a tus manos. Supongo que no, salvo que algún miembro cercano la lea y te la acerque. Esta carta podrá parecerte dramática, pero lo cierto es que la situación es dramática.
Hasta siempre. O hasta nunca más.
Dr. Alfredo L. Spilzinger [PhD]
DNI 4270974